lunes, 10 de diciembre de 2007

ESTOS BUENOS NUEVOS TIEMPOS

*Por Horacio Minotti

La Argentina vivió varias etapas de renovación política, pero todas ellas con la carencia de profundidad suficiente como para naufragar a mitad de río. Lo cierto es que los grandes partidos nunca coincidieron en sus renovaciones, con lo que, dado ese único dato, cualquier renovación que se precie, ya estaría trunca. Pero por otro lado, aún siendo unipartidistas, las renovaciones nunca fueron tales, sino tan solo unos botox baratos, un colágeno como el de Jorge Ibáñez (modisto él me cuenta mi mujer) y una lipo efectuada por el médico de Raquel Mancini.
Veamos caso por caso. Raúl Alfonsín llega a la presidencia en 1983 de la mano de una presunta renovación en el radicalismo. Justamente Movimiento de Renovación y Cambio se llamaba la línea interna que encabezaba, y que derrotó en las internas a la balbinista Línea Nacional que encabezaba Fernando De la Rúa. Victoria justamente favorecida por la ausencia física del líder de antaño Ricardo Balbín.
Por entonces el peronismo era el mismo de 1976, antes del golpe. La cara mas nueva era la de Herminio Iglesias que compartía el hambre renovadora con el “Loro” Lorenzo Miguel y el chaqueño Deolindo Bittel. Así que por ese lado, nada de renovación. Por el de los radicales la cosa empezó a echarse a perder cuando Alfonsín sospechó que todo se le complicaría si enfrentaba internas durante la campaña, y decidió que debía darle espacios a los sectores internos tradicionalmente fuertes del partido: la derrotada Línea Nacional, y la poderosa Línea Córdoba. Esta última se vio favorecida por el desembarco como vicepresidente de Victor Martinez, hoy recordado como un ignoto sin vuelo propio, por entonces referente ineludible de la segunda provincia del país y eminentemente radical.
Por otro lado para conquistar a los balbinistas dio a De la Rúa la primera candidatura a senador por la Capital Federal y varios cargos ministeriales, como la estratégica cartera de Interior a Antonio Trócolli. Y ahí la renovación se vino a pique porque todo quedó mezclado. Alfonsín tironeado por los nuevos y los viejos no terminó de dar primacía a ninguno de ambos y termino enfrascado en una lucha sin sentido. Los ministros de economía de sus últimos días son un ejemplo: Juan Carlos Pugliese, veteranísimo referente del balbinismo, y enseguida Jesús Rodríguez, el ministro mas joven de la historia, devenido de la Junta Coordinadora Nacional.
Por el lado del peronismo, la renovación surge tras la derrota con el radicalismo en 1983. Curiosamente la encabeza Antonio Cafiero, que estaba mas cerca por edad, de Lorenzo Miguel que del “Chupete” Jose Luis Manzano. Sin embargo, Cafiero vislumbró la imperiosa necesidad del peronismo de renovarse y levantó a una nueva y destacada camada de dirigentes como el mencionado Manzano, Miguel Toma y varios otros. Ese grupo y esa movida llevaron a Cafiero a la gobernación bonaerense en 1987, pero no les alcanzó para ganarle al peronismo tradicional, que de la mano de Carlos Menem se impuso en las internas para las presidenciales del ’89. Es cierto que Menem no desperdició la capacidad y habilidad de estos jóvenes, pero también es cierto que los mezclo con la vieja guardia peronista, y como si fuera poco, con la UCeDe. Y ahí se truncó la renovación.

AHORA
Aún cuando alguien pueda considerar exitosas esas renovaciones, ya hacen 20 años de la última que se produjo. Desde entonces la misma obsoletísima camada de dirigentes comanda los destinos de la Argentina y por cierto, con un rumbo por lo menos cuestionable. Se hacía indispensable una renovación más, esta vez seria, real, palpable. Muchos no creyeron que el kirchnerismo pudiera encarnarla. En definitiva, el presidente saliente fue gobernador durante los ’90, formó parte del viejo sistema y llegó al poder inmerso en él, es decir, de la mano de Eduardo Duhalde.
Sin embargo fue un error. Hoy a cuatro años y medio, con el mandato de Néstor Kirchner terminado, la Argentina asiste a una serie de renovaciones políticas inimaginables hasta hace poco tiempo, a saber: un presidente que pudiendo imponerse por el sesenta por ciento de los votos en una eventual reelección desiste de la misma; una mujer en las máximas alturas del poder y entronizada por el pueblo; Capitanich en Chaco, Urtubey en Salta, Rios en Tierra del Fuego, Binner en Santa Fe, Barrionuevo en Jujuy, encarnan una renovación dirigencial, relacionada no solo con la poca edad de los gobernadores señalados, sino con la variedad del signo político que representan.
Por el otro lado encontramos un radicalismo cismático, partido en mil pedazos, en vías de una renovación indispensable. Los radicales K son renovación, porque nunca manejaron el partido, Margarita Stolbizer también lo es por el mismo motivo, Mario Negri en Córdoba también; y todos ellos tienen inmensamente mayor cantidad de votos que los dinosaurios que aún gobiernan el partido. Su caída madura, es cuestión de tiempo, de minutos diría. Por lo tanto el radicalismo acompaña el cambio. Por primera vez los dos grandes partidos cambian juntos y la renovación real es posible.
Nunca el cambio fue tan voluminoso, y nunca implicó el advenimiento al poder en los Ejecutivos provinciales de tantos jóvenes; nunca una mujer llego al sillón de Rivadavia, y nunca hubo poder en la Argentina para mujeres “femeninas”, la política era un lugar para mujeres “masculinas”; nunca antes quien pudo seguir en el poder lo cedió; y nunca jamás esto ocurrió en medio de crecimiento económico, caída del desempleo e incontenible superávit fiscal. Todavía hay que esperar, pero estaríamos presenciando el punto de inflexión mas trascendente de la historia de los argentinos.

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