domingo, 3 de junio de 2007

HACIA UN SISTEMA PARLAMENTARIO

*Por Horacio Minotti

La reforma de la Constitución Nacional, trasformando el actual régimen presidencialista en un sistema parlamentario de gobierno, se torna imprescindible a estas alturas y revisando la historia argentina de los últimos tiempos.
Las crisis institucionales que ha vivido nuestro país, tanto a finales de la década de los ’80 como en el 2001, así como otros avatares que se han suscitado antes y después de esos períodos, determinan la búsqueda de un sistema que permita sobrellevar las crisis de gobernabilidad con un esquema mucho mas sustentable de gobierno, desde el punto de vista del respaldo popular e institucional, y con un proceso de selección de la conducción administrativa que permita cambios mucho menos traumáticos.
Es decir, solucionar los problemas que nos ha presentado la democracia, con más democracia. Profundizar la democracia es una deuda pendiente con nuestra sociedad, porque proveerá necesariamente a su bienestar y progreso.
Pero esto no implica la democractización sustancial e indiferenciada de todas las estructuras e instituciones de la sociedad de un régimen democrático, si consistirá, mas bien, en la multiplicación y potenciación de los instrumentos de control, los contrapesos disponibles para los ciudadanos, y las sanciones aplicables a los comportamientos antidemocráticos.
Por otro lado, pretender este crecimiento y desarrollo democrático, desde una mera “revolución moral”, como lo propugnan algunas iniciativas poco afectas al trabajo, y muy adictas a la proclama vacía, es subestimar a la sociedad, y entender además, que la reconstrucción política en Argentina, pase exclusivamente, por una reconstrucción de valores.
Esta perspectiva es la de lo verdaderos opositores a las reformas institucionales. Quienes plantean una reforma moral, un “contrato moral” para salvar la República, están en realidad enfrentados con las reformas institucionales que pueden generar ese cambio. Con su postura, pretenden establecer que los cambios institucionales, las reformas de las reglas de juego, los mejoramientos que puedan hacerse de la realidad jurídica para la convivencia social, deben dejarse de lado, puesto que todo se resume a una reestructuración de valores. La excusa perfecta para la nada.
Descartado ese principio irreal, debe dejarse claro que el proceso de profundización de la democracia, fundamental para el progreso de la Argentina y su sociedad, depende especialmente de las estructuras, de las reglas, de los procedimientos para aplicarlas, y de la manera por la cual se vuelven operativos y se observan. La democracia de hoy no se contenta con una indistinta posibilidad de participación.
La búsqueda de reformas que mejoren su calidad institucional es propia de los regímenes democráticos, y en este orden de ideas, es que buscamos un mejoramiento de este aspecto mediante la consolidación del sistema, en lo atinente a la forma de selección del gobierno por una parte, y al establecimiento de un tribunal superior que permita la división adecuada del trabajo dentro de uno de los poderes del Estado, por otra.